05 - Junio- 2005

 

                          

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 El ser humano ha sido viajero desde que empezó a caminar, y navegante en cuanto descubrió que algunas cosas flotan. Inquieto, inventó la manera de plasmar sus rutas en algún soporte que le permitiera recordarlas y enseñarlas a otros.

 

 

 Los pueblos de las costas, conmovidos por la inmensidad del océano, siempre tuvieron deseos de conocerlo, de caminarlo, de saber sus medidas. Y puesto que en el mar los caminos son estelas fugaces, crearon mapas con los materiales que tenían a mano: piedras, pieles, papiros, pergaminos y hasta conchas de molusco.

 

    Todas las culturas del mundo han querido representar el mundo que les rodea de la forma en que lo percibían. Y crearon mapas mucho antes de inventar cualquier tipo de escritura. Los aztecas creían que el mundo estaba constituido por cinco cuadriláteros, los incas pensaban que era como una caja, los egipcios lo veían como un huevo, los chinos como una bola y los japoneses como un cubo. Nadie lo pensaba plano.

    En el ámbito mediterráneo (medi-terra, el medio de la tierra) , los griegos fueron los primeros en darle una gran importancia a la cartografía ligada a la propia tierra y su costa. Los babilonios ya conocían la forma esférica del mundo: En excavaciones de la zona se encontró un mapamundi grabado en barro de hace 4.500 años. Su misterio radica en que para localizar un lugar, el dibujo está dividido en longitudes y latitudes, que la civilización occidental todavía tardaría siglos en diseñar. Se movían en embarcaciones de madera calafateada, con mil formas y tamaños, con velas aparentemente frágiles: tela de lino en las naves fenicias, cuero en los navíos vénetos.

    Avanzó la cultura que conocemos en la parte del mundo que conocemos y los italianos le pusieron un nombre, portulanos,  a esos planos que señalaban básicamente líneas de costa y puertos de abrigo.  Y siguieron diseñándose mapas al gusto particular, con las claves propias de los usuarios para evitar que otros intereses comerciales descubrieran fuentes de riqueza.  Ese es uno de los ejes de la famosa obra La carta esférica, debida al periodista y patrón de yate Arturo Pérez-Reverte. Pero siempre ha habido más mundo que el cercano mediterráneo.

    Los navegantes de Micronesia

    Micronesia es una parte del planeta salpicada por miles de pequeñas islas, la mayoría no habitadas, pero plenas de vida. Los habitantes de las grandes islas las han recorridos todas, son rutas no muy grandes y los datos se han transmitido tradicionalmente de forma oral. Pero también había que dar lecciones a los nuevos navegantes, y para eso se empleaban materiales y ejemplos cotidianos. Los habitantes del atolón Puluwat, una parte del archipiélago de las Carolinas, utilizaban los grandes peces como medida estándar. Usaban representaciones metafóricas: en una explicación directa, dibujaban sobre la arena o sobre una hoja una columna vertebral de pescado. Cada extremo era una población y los puntos destacados eran las referencias que todos conocían. Orientando correctamente la raspa y con la curvatura adecuada los veteranos conseguían transmitir exactamente la ruta.

    En otros momentos, la "medida" era una ballena. Después de dibujar su isla, dibujaban, de norte a sur, distintas ballenas en paralelo. La distancia entre una y otra era un día de navegación. Fueron símbolos prácticos además de mitológicos, religiosos y poéticos.

    Las islas Marshall son un racimo de mil islotes coralinos de la Micronesia entre los que destacan treinta y dos atolones. Con apenas 182 km.2 de superficie, sus habitantes desarrollaron desde tiempos anteriores a cualquier escritura una manera propia de plasmar esos imprescindibles senderos fluidos que tan bien conocían. Era un conocimiento necesario: situadas al N del Ecuador, se agrupan en dos conjuntos: al este, Ratak "islas del sol naciente" y al oeste, Ralik "islas del sol poniente", y el comercio entre sus habitantes se realizaba forzosamente por vía marítima. Navegaban en catamaranes de troncos vaciados, con mástiles de palmera o bambú.

    Inevitablemente buenos marinos, sus pobladores construían mapas para grandes travesías con nervios de hoja de palma. Con esas fibras tejían unos enrejados en los que plasmaban las direcciones de las corrientes marinas, la curvatura predominante de los frentes de las olas, las fosas marinas y las islas, marcadas con valvas de molusco en las intersecciones. Eran los mapas de varillas, "mattang", comentados por el Dr. Davis Lewis en su obra "Nosotros los Navegantes". 

    Interpretando los mapas se ha llegado a una conclusión práctica: Hay una situación rilib en que las olas son reflejadas, señal de que la tierra está en el eje de las olas. Si la nave aborda el rilib de lado, encuentra olas que no son paralelas a la dirección dominante del oleaje. Esta zona, jurrinokamie, es de mar agitado. La refracción de las olas determina a kailib, que indica que la tierra está en la dirección de donde vienen las olas. Sin embargo, en nittinakot, las olas no ejercen influencia sobre el oleaje dominante. 

    El archipiélago, habitado por pobladores que venían de Asia, descubierto para occidente por el español Diego de Saavedra en el s. XVI, pasó después por manos alemanas, japonesas y actualmente, sus 25.000 habitantes se hallan bajo administración norteamericana, que lo utilizó para pruebas atómicas a partir de 1946. Sus islas y su entorno paradisíaco se hicieron tristemente famosos por las explosiones nucleares que se realizaron en su atolón Bikini en 1978 y que conllevaron la evacuación total de la isla.

    Hay más pueblos en la inmensidad de la Polinesia que se han orientado con mapas de cañas. Antes de empezar a diseñarlos se fijaban en el movimiento aparente del sol, las estrellas, las direcciones de los vientos, las corrientes oceánicas y las migraciones de los pájaros. Y atentos a lo próximo, descifraban las direcciones de las olas superficiales del mar cercanas a sus islas. Se dieron cuenta de las influencias de las refracciones y reflexiones de la luz,  los tipos de oleajes y las influencias recíprocas.

    Los micronesios han estado siglos navegando cientos de millas por el Pacífico y permaneciendo varios días sucesivos en alta mar sin perderse. Se sirven de las estrellas, las corrientes, las algas flotantes. Han guardado durante mucho tiempo los secretos para orientarse entre miles de pequeños islotes apenas perceptibles cuando se navega. Sin embargo, pasar de largo implicaba adentrarse en el océano puro, con pocas posibilidades de supervivencia. El secreto para descifrar los mapas de bambú era un conocimiento para iniciados. 

    Thor Heyerdhal ya demostró que la pericia de los marineros polinesios no era sólo casualidad, que sus conocimientos del entorno acuático en que vivían iban mucho más allá de lo que los occidentales de tierra adentro se podían imaginar. Las islas Marquesas, Tuamotú... La proeza de cruzar el océano en una balsa de caña en cuya vela pintó la imagen del dios barbudo polinesio Kon-Tiki puso de manifiesto cuánto desconocíamos de esas culturas.

Se aventuraban con navegaciones de altura, que recibían ese nombre por dirigirse  más allá, arriba,  de la línea de visión de la costa; su definición proviene de los tiempos en que los marinos sólo podían guiarse por la altura aparente de las estrellas sobre el océano, la posición invariable de la Estrella Polar. En el hemisferio sur, donde no es visible esa estrella, se orientaban basándose en la latitud: a altura angular del sol por encima del ecuador celeste.  

 

Piri Reis

    Uno de los muchos enigmas que guarda la historia de la navegación por parte del hombre han sido los llamados mapas de Piri Reis, un almirante otomano fallecido en 1554. Entre sus proezas se cuenta que capturó frente a la costa de Valencia una flota de siete embarcaciones españolas (en 1507), entre cuyos navegantes figuraba un marino que había tomado parte en los tres primeros viajes de Colón y que había conseguido una copia del mapa que el almirante había enviado a los reyes católicos desde Haití (el original era de 1498). Obedeciendo al sultán Selim I, Piri Reis trazó un mapamundi en 1513 utilizando para el hemisferio occidental la copia de Colón, que gracias a eso se ha conservado.

    Pero Piri Reis (marinero, pirata, berberisco y comerciante) ya había configurado  muchos mapas antes, copiándolos de todas las fuentes, fundiendo mapas de diversas culturas que habían navegado por las mismas aguas... Caminos del mar que todos los marineros trazaban tanto para orientarse como para recordar los lugares donde se hallaban las mercancías más valiosas en aquellos momentos de intenso comercio marino.

Entre todos los mapas que llegaron a conformar su extensísima cartoteca destacaban costas de la tierra que en aquel momento eran desconocidas en la parte "civilizada" del planeta: mapas de Sudamérica, de las costas de Goenlandia, incluso de la tierra que duerme bajo los hielos de la Antártida... Además de gran viajero, Piri Reis fue comerciante y no sintió demasiados escrúpulos en copiar lo que fuera útil. En sus textos afirma que copió sus Mappae Mundi de los que fueron trazados en tiempos de Alejandro (300 años a J.C.), que estaban secretamente guardados como planos militares.  Sus mapas siguen siendo hoy una fuente de sorpresas.

 

Marga Alconchel

 

 

 

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